
No le duelen las abejas,
el perro bebe la orilla,
tiene barro en la cara;
en la edad de un dormitorio
se acovacha,
se arropa de humedad
a lo largo del lugar
que suelen ocupar las manchas.
Tiene el olor la gracia
de una palabra fea como hinojo;
los cables solían tener puntas
de cobre y miedo,
del hueco sobre tapia
donde refulge el calcio
no se cuenta tampoco;
claras agonizantes,
saturadas de azucar.
A la hora que se cosecha la arena
queda el final del canto
de pájaros con corbata,
notas negras, regulares, simples;
el recuerdo, porcelana de un mortero,
el asedio de un riel que chilla,
el perro bebe la noche que pasa por la orilla
y se queda mirando a los carreros.
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