martes, 24 de noviembre de 2015




















No le duelen las abejas,
el perro bebe la orilla,
tiene barro en la cara;
 
en la edad de un dormitorio
se acovacha,

se arropa de humedad

a lo largo del lugar
que suelen ocupar las manchas.

Tiene el olor la gracia

de una palabra fea como hinojo;

los cables solían tener puntas

                           de cobre y miedo,

del hueco sobre tapia

donde refulge el calcio
no se cuenta tampoco;

claras agonizantes,

saturadas de azucar.

A la hora que se cosecha la arena

queda el final del canto
   de pájaros con corbata,
notas negras, regulares, simples;

el recuerdo, porcelana de un mortero,

el asedio de un riel que chilla,
el perro bebe la noche que pasa por la orilla
y se queda mirando a los carreros.


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