sábado, 24 de octubre de 2015

Las carreras de arena


Las carreras de arena arrancan con un sulky. El carro trastabilla contra el cordón y se pone mirando al río.  El caballo que lo lleva es tostado, con cola blanca, como esos que se acercan a la orilla del Quilpo en Enero y que parecieran no ser de nadie. No se ven ruanos en los sulkys casi, tampoco se si alcanza pa’ decirle ruano por la cola blanca sola, no se le ve arriba. Es obvio que piensen que las carreras son atemporales o que no existen, pero no es así. Son de agua, son reales.

La mujer que lleva las riendas quiebra las muñecas y el carro se detiene. Del rio emerge otra mujer sin rostro que se suma a empalar. Parece estar furiosa aunque se calma enseguida. No tiene rostro pero habla como recordando alguna clase de la escuela secundaria, alguna profesora de biología, rubia, sin apellido, un dictado: la ósmosis es el pasaje del agua a través de una membrana semipermeable; no se acuerda de la difusión…. Se ríe después.

No sabían que las compuertas del piedras moras se habían abierto unos días antes.  No tenían cómo y porqué saber, no tenían computadora, no tenían interné, no tenían feis.  Se divertían mucho empalando la arena.

Cada tanto descansaban  bajando de a sorbos un vino con gaseosa amarilla que armaron en la misma botella de plástico descogotada; le llaman pritiaou. Definitivamente, ¿la culpa es del pritiaou?.. Que feo era estar borrachas y llegar a casa de día……a carcajadas se reían ambas tres.

El cauce baja y deja restos de latas, lavarropas arrasados y trastos viejos donde hubo arena, y hasta se ven algunos Tadeys o es la tercer carrera la que los ve; se agacha y los invita a su casa a comer. De tanto en tanto piden ferné puro, se emborrachan y empiezan a contar pavadas que parecen ciertas, son ellos los que las ven; el que siembra Tadeys recoge mordiscones,  –y se empiezan a reir mostrando sus faltas de dientes-. Juegan cadáveres exquisitos y se leen poemas en voz alta. No les interesan los caligramas pero tampoco los descartan, ni les parecen excesivamente anacrónicos. Un recurso mas. El que los usa se vuelve anacrónico. Soy el único anacrónico use o no use caligramas. Los caligramas calzan como los mamelucos.  Siempre que nos juntamos llueve. La lluvia le dijo a una carrera que me ama.

Dos años caminando por los restos de playas para saber lo que siempre subió, lo que siempre supieron:  el lugar esta lleno de soretes, soretes a veces tan armónicos que dan flujo laminar al ojo;  sería correcto que diera turbulento. Apto el cauce incluso para hacer sapitos con piedras planas, sostenidos sapitos de oriya a orilla. Si hubiesen hecho caso a lo que siempre supieron hubieran caminado mas tranquilas por los restos de playas para encontrar las cuatro palabras: sabes que te mamo. La coincidencia con el papelito en la billetera de la mas peliaguda de las tres. La mortal kombat: “Un dedalito de caña soplada y este ritmo zumbador…” Ella no pudo huir del cuento como Zamparo. Cargaba la cañita como esperando un siete, un ph neutro con que coquetear.

A veces para poder ver bien hay que correrse hasta un cerro. Desde la mitad del cerro se empieza a ver mejor: tres chicos pasan en bicicleta con el agua a más de media rueda por el mismo lugar donde estaban las carreras. Ruedan por el naufragio, pedalean, digamos, ontológicamente; corren a ver quien llega primero al sufragio. No se le ven las cucharitas de helados de todos colores entre los rayos. No se le ven porque no tienen, sabemos que no tienen aunque no lo sepamos porque el agua no nos deja ver. 

En la cascada de la quinta estación aparece un pájaro negro, de pico naranja, se posa a unos metros del agua cristalina acumulada, manso se deja hacer fotos de muy cerquita, es pichón.  Señal de carne, como el poema de Lupe. Buena poesía, un poco desalmada pero buena poesía.  Lupe atiende el museo de la escuelita en La Higuera, Bolivia. Lupe no es un personaje literario. Lupe es Lupe y saca de la heladera los agónicos ingredientes cuando la necesidad nocturna no es mas que un guiso para reponer fuerzas por lo caminado.

No hay juncos en el Uritosco como antes del puente que va para San Ignacio y Amboy en el Valle de Calamuchita. Le gustaba verlos a la sin face descompuestos y reflejar en el agua estanca como ver las nutrias hundirse.  Blackbird de pico naranja en la mitad del cerro, bajando, en el momento de disipación de la niebla, antes del atardecer: la tercer carrera, su risa al dejar el pritiaou…la osmosis es el pasaje del agua a través de una membrana semipermeable, de la difusión no se acuerda…(Risas de las tres)..La profesora de Biología se llamaba Leticia. Todavía vive pero no da mas clases.

Cargaban en dos tiempos, el ruido uniforme cuando incrustaban las palas y cuando impactaban sobre el amontonamiento en el piso del carro.

Se las llevó el Ctalamochita hasta el Saladillo, ahí donde nace el Carcarañá, varios días, quizás meses o años, según la hondura variable de la zanja del medio. Villa María, Cárcano, Ballesteros, Morrison…sin novedad, pasaron los trasmallos sin novedad; algo que ni las mojarras mas livianas pueden sortear en ese bracito que hace en Morrison tan jodido para el pez. El moncholo la pasa pior que el dientudo y el dientudo peor que la palometa.

A la altura de la radio en Bell Ville  ya empezaban a sentirse como en casa…saludaban a los jóvenes que escapaban de la ciudad a esa “zona prohibida” y tupida que se le llama rinconada, a los locos de la alborada; coronadas de sauces en los troncos se hacían arengar desde las barrancas. Guardaban en los bolsillos de agua alguna que otra pelotita de golf que caía de una cancha de rugby. En el muelle se paraban y ondeaban para ver si tocaban los piletones, esa atlántida de barro que se formó después la creciente del setenta y nueve. Pasaron el azud nivelador y después de la curva que da al paso de la arena -con sus boyas al pedo- dieron con los pies de Zamparo. En ese preciso momento y con la pera afuera del agua gritaba al pupila chueca que se tirara tranquilo que apenas hacía pié. Ellas vieron como el pupila se fué, como terminó en la pizarra de la calle Córdoba por hacerle caso a él.

El río nos cría y la creciente nos amontona…..se volvían a reír las carreras. Al pupila lo velaron en la casa del Pantera, que hizo con su motoneta de carro una suerte de coche fúnebre hasta el cementerio lejos.  Zamparo  más asustao que cronopio en escuela técnica se escapó del cuento por alguna calle que llega a la otrora Monte Leña; quizás todavía exista con ese nombre también.

Las carreras de arena empalando. La tercer carrera volvía a la secundaria, su memoria con ojos: tres histólogos argentinos metieron en su valija leucocitos fenicios y sólo se limitaron a triturarlos. Treonina, histidina, arginina, metionina, valina, leucina, isoleucina, fenilalanina y triptofano. Una ganga. Con la relación aprendió esos aminoácidos y química biológica fue su estrella hasta que hicieron kefir y quiso mostrar que había descubierto un séptimo carbono en la glucosa. Atrevimiento. La reprimenda fue una regla T en los dedos del profesor.  No hubo ningún flash que le recordara toda la vida en ese instante como nos suele pasar antes de morir, ni sus padres ni sus amigues, ni sus parientes. Lo único que le vino a la mente fue el buitre de Kafka en el mismísimo momento donde se traga el agua final…

En las carreras de arena el sulky trastabilla contra el cordón y se pone mirando al río.  La playa de la ese, granito por granito, el sulky se pone mirando al río, le duelen los tobillos como si le hubieran pegado un puntín con algún botín sacachispas, esos negritos de goma de tapones multiformes. La parte trasera del sulky sangrando. Urnas de agua. “¿Nacer malformados o morir de cancér?... Nievecita que arrancó en Vicente López nievecita que hubo de volver..…” Se rien de nuevo, la tercer carrera recarga el pritiaou; …las carreras, las carreras de arena… “seremos rocío e veneno…seguiremos siendo un experimento o en el pritiaou beberemos lo que debamos ver”…cuchichean… Las carreras asfixiadas en silos; un nombre de circo: “Incastelamiento tecno”. Las tres en las fotitos al fondo del artefacto rojo donde hay que cerrar un ojo para ver. Circos eran los de antes…  ¿Fernand Braudel habrá montado en ruano alguna vez?...

Subirse a un cerro para notar un párrafo de más, para ver que debía terminar en lo que debamos ver. A veces para poder ver bien hay que correrse hasta un cerro. Tomarse un colectivo un Sábado a la noche, sostenerle el ronquido a alguien y entre Bialet Massé y Cosquín, pongamoslé Villa Caeiro, recién poder dormirse media hora un rato; toparse con la madrugada en Capilla del Monte olvidándose del cuento; esperar un par de días hasta que las inclemencias pasen y subir al Uritosco para volver a perderse en la última estación como las seis veces anteriores. Así avanzar dos párrafos más, dos o tres pares de medias mojadas después, volver.

Cargaban en dos tiempos, el ruido uniforme cuando incrustaban las palas y cuando impactaban sobre el amontonamiento en el piso del carro.



(continúa en papel y lapicera)

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