el paradero de una rueda chica.
Las piedras besan.
Todo era ella: agua,
que ahora
se obsesiona
por el vacío.
Las grietas salidas -sin escalas-
de las cuevas al cielo.
Los precipicios se desbocan
por un puñado de etcéteras
desprendidos
de florcillas rojas.
Albergue de cascadas,
y suspendidos
en las cavidades
duraznos salvajes…
No se encuentran más que
diluvios;
rampas de frío
–arriba-
y los cóndores que a ellas vuelven
se desafiebran del óxido –también-
de un salar de vagones
y rieles que mueren.
Suspendidos en las cavidades –lubricadas-,
duraznos salvajes;
se vuelve equilibrio en terrones
se vuelve equilibrio en terrones
hasta un
cementerio de trenes
No hay comentarios:
Publicar un comentario